Amaré a mis hijos y los respetaré por lo que son, y no por lo que quisiera que fueran.
No agobiaré a mis hijos con problemas que no están capacitados para resolver, recordando que yo soy el adulto y ellos los niños.
Si es necesario disciplinar a mis hijos, les haré ver que estoy en contra de su comportamiento, pero no en contra de ellos.
Sentaré reglas de conducta precisas para que mis hijos sepan a que atenerse y darles sentido de responsabilidad.
Todos los días dedicaré tiempo a mis hijos, y atesoraré esos momentos comprendiendo que son tan preciosos como fugaces.
Haré del hogar un sitio paz y amor, y me aseguraré que mis hijos se sientan queridos en cualquier circunstancia.
Dejaré que mis hijos tengan la suficiente independencia para desarrollarse intelectual y espiritualmente, para soñar, para triunfar por si mismos... y hasta fracasar.
Guiaré a mis hijos con cariño y delicadeza, animándolos a que se atrevan, a que experimenten, y tratando siempre de que se comporten con cuidado, pero no con temor.
Cuidaré de mi persona física y emocionalmente para estar dispuesta cuando mis hijos me necesiten.
Cultivaré en mi las cualidades que quisiera en mis hijos de adulto para que puedan tomarme como ejemplo.
- Autor Desconocido